
Esa crisis comercial fue provocada por la falta de efectivo en los vecinos del pueblo, que recibían sus sueldos en una tarjeta electrónica. Para hacer efectivo su dinero debían viajar a una ciudad cercana y allí compraban todo.
Frente a esta situación, mi madre no se desesperó ni se deprimió. Tampoco cerró las puertas de su almacén.
Dejó pasar la tormenta, dedicándose a su jardín, al que tenía bastante descuidado. Se dedico a renovar la tierra, trayendo a su jardín la mejorada que hay frente a su casa, donde hay eucaliptos añejos. Embelleció los canteros. Intercambió plantas con sus vecinas y en cada viaje a la ciudad, consiguió las más llamativas.
Mientras trabajaba la tierra, confiaba a Dios la tormenta que estaba viviendo en su otra ocupación.
Esta manera de vivir y hacer frente a los problemas, manteniendo la serenidad y confiando en el Señor, me enseña a enfrentar nuevamente los problemas.
No se trata de desesperarse y tomar decisiones apresuradas. No es bueno dar la espalda y esconderse en la decepción o la tristeza. No hay que abandonar lo que se hizo con esfuerzo.
La sabiduría consiste en saber esperar confiada en la providencia de Dios, ocupándose de lo que si podemos hacer con alegría. Si tenemos un camino obstruido, debemos pues andar por otro, o construir uno con pico y pala si es necesario.
Mamá sigue enseñándome a vivir... silenciosamente.
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