domingo, 28 de noviembre de 2010
ADAS - Amigos Del Arte San Juan
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Música para mi nostalgia
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Disfrutando de la Pintura
viernes, 12 de noviembre de 2010
La Flor del Azafrán vuelve a crecer en la tierra del Quijote.
Que hermosa es la flor del azafrán!
martes, 9 de noviembre de 2010
Oración por la Paz en México
"Cristo Rey, tú eres nuestra paz.
Mira nuestra Patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad.
Consuela el dolor de quienes sufren.
Da acierto a las decisiones de quienes gobiernan.
Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento, extorsión, secuestro y muerte.
Dales el don de la conversión para bien del país y de sus propias almas.
Protege a las familias, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades.
Extiende tu reinado social en toda nuestra Patria.
Que como discípulos misioneros tuyos, ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y de paz, para que en ti nuestro pueblo tenga vida digna, reines tú y termine la violencia en toda la nación mexicana. Santa María de Guadalupe, intercede por tu pueblo ante tu Divino Hijo, te imploramos. Amén".
lunes, 8 de noviembre de 2010
Siete razones para no tener televisión

martes, 2 de noviembre de 2010
Gaturro, mi Caro y yo

martes, 26 de octubre de 2010
Las Hidras que devoran los hijos de México

México se ha convertido en un país de consumidores y no sólo de tránsito para la droga. La marihuana continúa siendo la principal fuente de ingresos del narcotráfico mexicano, si bien el país es el principal distribuidor de cocaína colombiana y el mayor fabricante de metanfetaminas para el mercado estadounidense. ¿La cocina cocalera de los EEUU?
Pero al sangriento recuento del pasado fin de semana hay que sumar los heridos, no por las balas si no por el terror, de Apatzingan (Michoacán), y que sirven para ilustrar el pánico en el que vive el país ante la ola de terror que ha dejado más de 28.000 muertos en los últimos cuatro años. Decenas de personas quedaron heridas el domingo cuando la policía y el ejército irrumpieron en la sala de fiestas en la que iba a comenzar el concierto de la popular cantante grupera Jenni Rivera. En una de las zonas más violentas del país, la tensión acumulada ocasionó una estampida que dejó varios heridos.
Este extracto de noticias que leí en el Clarín de hoy, me llevó a pensar que el pueblo inocente, en medio de las balaceras, procedimientos policiales y venganzas de los narcos, está en estado de shock.
Uno de los grandes monstruos que somete los pueblos, que los devora y aniquila, es el narcotráfico. En otros tiempos nuestros grandes pro hombres, fueron capaces de cruzar cordilleras, armar ejércitos con campesinos y gauchos, para luchar por la libertad del pueblo sobre el yugo de otros estados. Nosotros, hoy debemos iniciar nuestra gesta revolucionaria, contra los genocidas que diezman nuestras nuevas generaciones.
Como luchar sin armas frente a estas Hidras devoradoras, que tienen cabezas asesinas por todas partes? Como proteger a nuestro hijos de la inmunda horda de zombies que venden la muerte por las calles??
Todos sabemos que debemos hacer algo. Nos faltan los pro hombres, los heroes que nos agrupen y lideren la gesta que nos toca emprender. Pidamos al cielo por líderes que sean capaces de agruparnos en torno a la libertad y la vida. Pidamos a Dios ilumine nuestras mentes para encontrar el modo de enfrentar sin balas y sin terror a los mercaderes de la muerte.
El genocidio que está padeciendo el pueblo mexicano no es político ni ideológico, tiene su causa en el delito. Son bandas de delincuentes del narcotráfico. Aquí no se matan por ideas o manejo del poder, se matan a miles por poner obstáculos al avance del negocio de la muerte.
Al Pueblo Mexicano, Salud. Honor y Gloria.
Tengo la certeza de que una gran pueblada hará tronar el escarmiento de los mafiosos. El pueblo es manso, paciente, sacrificado y renunciante, pero luego de madurar la crisis se decide, se levanta y restaura el orden que ni el poder legitimado logra encausar.
El pueblo naturalmente tiene la fuerza para liberarse de los monstruos mas atroces que lo agobian. La historia de la humanidad tiene muchos ejemplos de ello.
Rezo por tu liberación querido México.
lunes, 25 de octubre de 2010
Tareas que me hacen feliz




viernes, 15 de octubre de 2010
Competencia Felina

martes, 12 de octubre de 2010
Gaturro en "Interposita Personae"

lunes, 20 de septiembre de 2010
El milagro de las langostas.Un relato único.

“Vea usted: teníamos todo para perder aquel día, pero igual nos moríamos de ganas por salir a degollar. Todavía no había amanecido, y el general iba y venía dando órdenes en lo oscuro. Cualquiera de nosotros, la simple soldadesca de aquella jornada, sabía que nuestro jefe no tenía ni puta idea sobre táctica y estrategia militar. Que era hombre de libros y de leyes, pero que había aceptado obediente el reto de conducir el Ejército del Norte y pararles el carro a los godos. También sabíamos, de oídas, que al enemigo lo manejaba con rienda corta un americano traidor: Pío Tristán, nacido en Arequipa e instruido en España; nos venía pisando los talones con 3000 milicos imperiales y habíamos tenido que vaciar y quemar Jujuy para dejarles tierra arrasada. Muy triste, vea usted. Fue en los primeros días de agosto de 1812. Y el general les ordenó a los pobladores que tomaran lo que pudieran y destruyeran todo lo demás. Le digo la verdad: el que se retobaba podía ser fusilado sin más trámite. No había muchas alternativas. Ayudamos a arrear el ganado y a quemar las cosechas. Yo mismo lo vi con estos mismos ojos, señor: al final cuando no quedaba nada ni nadie Belgrano salió a caballo de la ciudad y se puso a la cabeza de la columna. Íbamos en silencio, con sabor amargo, y tuvimos que cruzar tiros cuando una avanzada de los españoles jodió a nuestra retaguardia a orillas del río Las Piedras. El general mandó a la caballería, a los cazadores, los pardos y los morenos. Meta bala y aceros. Y al final, a los godos no les daban las piernas para correr, señor, se lo juro. Sospechábamos que nos habían atacado con muy poco, pero nosotros veníamos de capa caída: darles esa leña y salir victoriosos fue un golpe de orgullo.
Voy a decirle la verdad: cuando Belgrano se hizo cargo éramos un grupo de hombres desmoralizados, mal armados y mal entretenidos. Y al llegar a Tucumán no crea que habíamos mejorado mucho, aunque marchábamos con la moral en alto. Ahí lo tiene a ese doctorcito de voz aflautada: nos acostumbró a la disciplina y al rigor, y nos insufló ánimo, confianza y dignidad. Aunque en las filas no nos chupábamos el dedo, señor. Pío Tristán nos perseguía con legiones profesionales, sabía mucho más de la guerra y caería sobre nosotros de un momento a otro.
Nos enteramos por un cocinero que incluso el gobierno de Buenos Aires le había dado la orden a Belgrano de no presentar batalla y seguir hasta Córdoba. Pero el general había resuelto desobedecer y hacerse fuerte en Tucumán. Adelantó oficial y tropas con la misión de que avisaran al pueblo que ya entraban para conquistar el apoyo de las familias más importantes y también para reclutar a todo hombre que pudiera empuñar un arma. Había pocos fusiles, y casi no teníamos sables ni bayonetas, así que cuatrocientos gauchos con lanzas y boleadoras pusieron mucho celo en aprender los rudimentos básicos de la caballería. Nosotros los mirábamos con desconfianza, para qué le voy a mentir. "¿Y estos pobres gauchos qué van a hacer cuando los godos se nos vengan encima?". La teníamos difícil, no sé si se da cuenta. Y estuvimos algunos días fortificando la ciudad, armando la defensa, cavando fosos y trincheras, y haciendo ejercicios. "Voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza para concluir con honor", les dijo Belgrano a sus asistentes. La noticia corrió como reguero de pólvora. No tiene usted idea lo que es aguardar la muerte, noche tras noche, hasta el momento de la verdad. Le viene a uno un sabor metálico a la boca, se le clava un puñal invisible en el vientre y se le suben, con perdón, los cojones a la garganta. Uno no piensa mucho en esas horas previas. Sólo desea que empiece la acción de una vez por todas y que pase nomás lo que tenga que pasar.
El general finalmente nos puso en movimiento en la madrugada del 24. Avanzamos en silencio absoluto hasta un bajío llamado Campo de las Carreras y ahí estábamos juntando orina y con ganas de salir a degollar cuando apareció el sol y comprobamos que los tres mil imperiales nos tenían a tiro de cañón.
Miré por primera vez a Belgrano en ese instante crucial, señor, y lo vi pálido y decidido. Hacía tres días nomás le había enseñado a la infantería a desplegar tres columnas por izquierda mientras la pobre artillería se ubicaba en los huecos. Era la única evolución que habían ejercitado en la ciudad. Pero los infantes lo hicieron a la perfección, como si no fueran bisoños sino veteranos. El general ordenó entonces que avanzara la caballería y que tocaran paso de ataque: los infantes escucharon aquel toque y calaron bayoneta. Y antes o después, no lo recuerdo, dispuso Belgrano que nuestra artillería abriera fuego. Varias hileras de maturrangos se vinieron abajo. Volaban pedazos de cuerpos por el aire y se escuchaban los alaridos de dolor.
No puedo contarle con exactitud todos esos movimientos porque fueron muy confusos. Sepa nomás que los godos nos doblaban en número, pero que igualmente les arrollamos el ala izquierda y el centro. Y que su ala derecha nos perforó a los gritos y a los sablazos. Tronaban los cañones y levantaba escalofríos el crepitar de la fusilería. Todo se volvió un caos. Nos matábamos, señor mío, con furia ciega y no se imagina usted lo que fue la entrada en combate de los gauchos. Cargaron a la atropellada, lanzas enastadas con cuchillos y ponchos coloridos, pegando gritos y golpeando ruidosamente los guardamontes. Parecían demonios salidos del infierno: atropellaron a los godos, los atravesaron como si fueran mantequilla, los pasaron por encima, llegaron hasta la retaguardia, acuchillaron a diestra y siniestra, y se dedicaron a saquear los carros del enemigo. Eran brutos esos gauchos. Brutos y valientes, pero aquel saqueo los distrajo y los dispersó. Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte. Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques. Y con tanto batifondo, sabe qué, apenas nos dimos cuenta de que nuestra derecha estaba siendo derrotada y que armaban un gran martillo para atacarnos por ese flanco.
Nosotros, que estábamos un poco deshechos, nos encontramos entonces en el medio del terreno y haciendo prisioneros a cuatro manos. Unos y otros nos habíamos perdido de vista, y el general cabalgaba preguntando cosas y barruntando que las líneas estaban cortadas. Se cruzaba con dispersos de todas las direcciones y los interrogaba para entender si la batalla estaba ganada o perdida. Y todos le respondíamos lo mismo: "Hemos vencido al enemigo que teníamos al frente". Belgrano permanecía grave como si nos hubiéramos vuelto locos o si le estuviéramos metiendo el perro. Ya no se oía ni un tiro, y mientras nuestro jefe regresaba a la ciudad, Tristán trataba de rearmarse en el sur. La tierra estaba llena de sangre y de cadáveres, y de cañones abandonados. Pero el peligro seguía siendo tanto que muchos patriotas debieron replegarse sobre la plaza, ocupar las trincheras y prepararse para resistir hasta la muerte. Creyendo aquel miserable godo que era dueño de la situación intimó una rendición y advirtió que incendiaría la ciudad si no se entregaban. Nuestra gente le respondió que pasarían a cuchillo a los cuatrocientos prisioneros. Ya sabían adentro que Belgrano venía reuniendo a la caballería.
Pasamos la noche juntando fuerzas, cazando godos, despenando agónicos y pertrechándonos en los arrabales. No tengo palabras para narrarle cómo fueron aquellas tensas horas. Una batalla que no termina es un verdadero suplicio, señor. Anhelábamos de nuevo que saliera el sol para que fuera lo que Dios quisiera. Era preferible morir a seguir esperando.
Al romper el sol, el general había juntado a 500 leales. No se oían ni los pájaros aquella madrugada del 25 de septiembre, y el jefe mandó entrar por el sur y formar frente a la línea del enemigo. Estábamos cara a cara y a campo traviesa. Éramos parejos y, después de tanta matanza, ahora el asunto estaba realmente para cualquiera. Fue Belgrano quien esta vez intimó una rendición. Les proponía a los realistas la paz en nombre de la fraternidad americana. Tristán le contestó que prefería la muerte a la vergüenza. Presuntuoso hijo de la gran puta, nos rechinaban los dientes de la bronca. "Han de estar nerviosos -dijo mi teniente-. Cuando un gallo cacarea es que tiene miedo."
Miramos a Belgrano esperando la orden de carga, pero el doctorcito tenía un ataque de prudencia. Tal vez pensara que no estaba garantizada una victoria, y que no podía arriesgarse todo en un entrevero. En esos aprontes y dudas estuvimos todo el santo día, maldiciéndolo por lo bajo y agarrados a nuestras armas. Por la noche los españoles se dieron a la fuga. Habían perdido 61 oficiales. Dejaban atrás más de seiscientos prisioneros, 400 fusiles, siete piezas de artillería, tres banderas y dos estandartes. Y lo principal: 450 muertos. Nosotros habíamos perdido 80 hombres y teníamos 200 heridos.
Belgrano ordenó que los siguiéramos y les picáramos la retaguardia. Los realistas iban fatigados, con hambre y sed, y en busca de un refugio. Y nosotros los perseguíamos dándoles sable y lanza, y escopeteando a los más rezagados. No le cuento las aventuras que vivimos en esas horas, entre asaltos y degüellos, entrando y saliendo, ganando y perdiendo, porque se me seca la boca de sólo recordarlo, señor mío.
Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Éramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande.
Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era "el sepulcro de la tiranía". La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad.
Nosotros tampoco sabíamos, la verdad, que habíamos salvado la revolución americana, ni que el cielo había guiado el juicio de nuestro estratega ni que Dios había mandado aquellos vientos y aquellas langostas. Recuerde: éramos la simple soldadesca y no creíamos en milagros. Veníamos de merendar godos y altoperuanos por la planicie y todo lo que queríamos en ese momento era un vaso de vino y un lugar fresco a la sombra. Pero mirábamos a ese jefe inexperto y frágil y lo veíamos como a un gigante. Y lo más gracioso, vea usted, es que a pesar del cuero curtido y el corazón duro de cualquier soldado viejo, a muchos de nosotros empezaron a corrernos las lágrimas por el morro. Porque Belgrano era exactamente eso. Un gigante, señor. Un gigante.”
lunes, 13 de septiembre de 2010
El Bicentenario Argentino desde la visión Quilmes.
martes, 7 de septiembre de 2010
Música y baile que conquistan el corazón II
lunes, 6 de septiembre de 2010
Música y baile que conquistan el corazón
miércoles, 1 de septiembre de 2010
La demencia que puede aparecer a los 40
miércoles, 25 de agosto de 2010
Meditando con GATURRO

martes, 17 de agosto de 2010
Cuando un gesto de amor hace felices a muchos

El que quiera ver esta obra de arte puede hacerlo desde http://es.justin.tv/debora_ch
Caminho das Indias Instrumental
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jueves, 5 de agosto de 2010
Nuestra nevada en otras imágenes
Ella plasma la sensibilidad de su creador que muestra la realidad, unas veces con extrema belleza y otras con una crueldad que nos espanta.
La fotogrfia es otro modo de comunicarnos, la imágen nos cuenta historias, denuncia injusticia, nos llama a la solidaridad, nos convoca a la construcción de nuevas realidades.
En estos momentos la nevada sigue siendo mi novedad, por eso les comparto el frio y la belleza de mi ciudad bajo la nieve, en imágenes.



miércoles, 4 de agosto de 2010
Nevada en San Juan




martes, 3 de agosto de 2010
Gaturro y la Ola de Frío Polar

Gaturro nos representa fielmente en estos días de tanto frío.
Yo también doy la orden, me digo: - Edit arriba que ya es hora!
No puedo quedarme como el, disfrutando de las frazadas.
Es grato ver en ese personaje de historietas, tanto de nosotros, je, je..
Nik es un grande, dándonos a Gaturro cada mañana, nos hace reir mucho a través del Diario la Nación.
Ésta imagen que les comparto es del diario de hoy.